El estrés y las alteraciones emocionales favorecen a menudo los desórdenes de la alimentación al ser empleada esta como estrategia de afrontamiento.
Este es el caso más frecuente ante el estrés crónico diario, mientras que ante el estrés agudo y puntual es más frecuente que la persona tienda a comer menos.
Los alimentos preferidos para «calmarse» son los que contienen más calorías y son particularmente ricos en azúcares y grasas. Este tipo de alimentos parecen frenar a corto plazo el efecto del cortisol, la hormona que provoca los síntomas del estrés crónico.
Este hecho está modulado por el aprendizaje cultural, y son las mujeres las que tienden más a este uso de los alimentos hipercalóricos, mientras que los hombres tienden más al consumo de alcohol y tabaco para afrontar los estados de tensión emocional.
Por otro lado, el estrés también favorece el sobrepeso y las enfermedades asociadas de otras formas: generaría un estado de fatiga y cansancio que disminuye la actividad física y favorece la obesidad abdominal en las personas más reactivas psicológica, neuroendocrina y cardiovascularmente al estrés.